En el Perú existen cerca de 160,000 personas invidentes y casi 600,000 sufren de alguna discapacidad visual, que compromete su calidad de vida y su desarrollo integral y familiar. En un país donde las oportunidades no son las mismas para todos, la educación se convierte en aquello que hace la diferencia en la vida de una persona invidente y le da ayuda a forjar un mejor futuro. Por esta razón, desde hace más de 76 años existe en Comas el Centro de Educación Básica Especial “Luis Braille”. Durante 36 semanas al año esta institución recibe a estudiantes invidentes y con baja visión de Lima y muchas partes del Perú. Luis Braille se ha convertido en la única institución de su tipo en el país

No parece complicado engañar a quien no está familiarizado con la ceguera. Cuando me acerque a saludar al profesor Carlos Ramos, docente de cuarto grado de primaria, estuve algunos incomodos segundos con el brazo extendido para estrecharle la mano. Fue el director del plantel quien le aviso al profesor lo que yo intentaba hacer. El profesor Carlos automáticamente estrecho mi mano y se disculpó. “Parece, pero no puedo ver” me dijo. Ingresamos juntos a su salón de clase. El lugar estaba limpio y ventilado. Había pequeñas carpetas alrededor del pupitre del profesor. Lleva 25 años ejerciendo su profesión. Se encarga de enseñar la mayoría de cursos que componen el currículo escolar de cuarto grado de primaria. Hoy sus alumnos pasaran la mañana copiando textos del libro de Comunicación Integral, mientras el profesor les pide uno por uno que lean en voz alta algunos párrafos del libro. Todos los libros están en Braille, por supuesto.

Debo admitir que me encontraba muy ansioso por ver el desarrollo académico de estos niños. Aquello era una nueva experiencia para mí y siento que es parte de mi responsabilidad compartirla con ustedes: Los niños son asombrosos. Muy activos e inteligentes, ellos copiaban los textos mientras se reían, hablaban o se molestaban entre ellos. Estos pequeños no pueden ver pero sus travesuras son similares a las de otros niños de su edad. La capacidad de entendimiento va más allá de sus límites y su alegría por la vida me hace creer de una forma positiva en todas las oportunidades que la vida les brindará.

“Quiero que mis alumnos se gradúen de la primaria y tengan la oportunidad de asistir a una escuela regular”, me cuenta la profesora Rosaura Trujillo. Ella no es invidente. Ha estado dedicada a la educación desde hace más de 30 años. Enseña en el salón de sexto grado de primaria y tiene una fuerte posición sobre la idea de introducir niños con ceguera en las escuelas regulares. Cuando empieza a hablar de sus alumnos y lo que están logrando su cara se ilumina. Se siente muy orgullosa de todos ellos y toma sus éxitos como propios. “El año pasado, una estudiante mía empezó a asistir a la escuela regular y le está yendo muy bien. Como puedes ver, nuestros estudiantes son muy capaces y brillantes, la única diferencia es que no pueden ver, después no hay otra”. Mientras me dice esto, la profesora va acomodando una mesa larga y poniendo algunas sillas. Los niños desayunarán en el salón porque muchos de ellos viven muy lejos y necesitan comer algo para mantenerse concentrados y saludables. Hoy ellos tendrán clase de matemática. Veo como sacan papel, punzón y rejilla. Empiezan a escribir en Braille, seis puntos en cada cuadrado. Cada una de las combinaciones representa una letra, ellos escriben de derecha a izquierda y leen a la inversa. La “a” es un único punto y nos hay problemas de ortografía: pueden reemplazar una “v” por una “b” o una “c” por una “s”.

Para resolver problemas de matemática usan una rejilla y unos dados negros que tienen los números en sus lados. Cuando ya calcularon la respuesta de algún ejercicio, llaman a la profesora para que les corrija. Algunos han desarrollado un sistema peculiar: Para no decir la respuesta en voz alta, utilizan los dedos para señalar el resultado número por número hasta formar la cifra entera. Los que todavía tienen visión baja son capaces de escribir las respuestas en la pizarra. Una vez más, estos niños me dejaron asombrado gracias a su habilidad para resolver problemas complicados.
Dirigiéndome hacía los salones de secundaria encontré la biblioteca del colegio. Una bibliotecaria muy amigable me recibió y se presentó como la Señora Judith. Permitió que tomará fotografías de los libros que allí tenían: diccionarios, novelas, libros de matemática y ciencia, incluso cuentos, todos ellos en Braille. El profesor Javier Mendoza entró y le pidió a la señora Judith que verifique unos datos en un libro de Historia del Perú. Después de ello, me invitó a acompañarlo hacia el salón de quinto grado, donde daría su clase de historia. Apenas ingresamos al salón, los estudiantes regresan a sus asientos. Aquí, las pizarras nunca han sido usadas. Son solo una pieza decorativa en un pequeño salón de siete carpetas. El profesor le pidió una de sus alumnas que lea un texto, haciéndola detenerse en una palabra que todos desconocían: Oligarquía. Luego le preguntó a uno de sus alumnos con baja visión que busque con su smartphone el significado de aquella palabra y lo reproduzca para la clase. Me pareció que era una manera muy brillante y moderna de aprovechar la tecnología y aprender.

Nadie me preparo para lo que estaba a punto de presenciar. Para la siguiente clase me acerque al campo de grass sintético que posee la institución. Encontré a siete alumnos de cuarto grado de secundaria recostados en el suelo esperando por su profesora de Educación Física. Lo que ellos hicieron durante la clase fue digno de verse. A pesar de su limitación, estos adolescentes fueron capaces de correr, saltar, coordinar y hasta correr haciendo rodar una llanta de un extremo del campo al otro. La profesora Mirtha enseña este curso desde el 2005 en Luis Braille. Algunos de los estudiantes quieren engañar a la profesora levantando las llantas para llegar más rápido a la meta pero ella puede ver y al parecer ellos solo están bromeando. 
La escuela cuenta con veintidós profesores, seis de ellos son ciegos. Carlos, Ana María, Abraham, Luis, Javier y Hesnard trabajan más de cinco horas al día, sin luces, con sus papeles y sus voces. Ellos enseñan el currículo regular: Comunicación, Historia, Inglés y Matemáticas. Ninguno de ellos gana más de dos mil soles mensuales. La escuela ofrece también programas de rehabilitación y talleres para adultos. Algunos de estos talleres son: shiatsu, masajes, computación, música y canto. “Ellos se convierten en los mejores masajistas de nuestro país, muchas personas no saben que provienen de aquí”, me dice el director de la institución, Alfredo Zárate.

A las diez de la mañana suena el timbre que anuncia el recreo. Las actividades a esa hora se repiten a diario: Los niños juegan en los columpios o un jardín cercano mientras los adolescentes caminan dando vueltas por los pasillos del plantel en grupo, sujetando el hombro del otro para caminar juntos. Comiendo, escuchando música o hablando. Los adultos que estudian allí simplemente se sientan en las bancas de los pasillos a conversar.

La ceguera no es una cuestión de edad, pude comprobarlo al encontrar personas de tres hasta setenta años caminando alrededor de la institución. La oscuridad no discrimina; sin embargo estos jóvenes luchan día a día por superar los obstáculos y lograr tener las mismas oportunidades que tu y yo tenemos. 
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